Digresión previa
Es difícil hablar de uno mismo cuando se sabe que el lenguaje nunca nos entrega lo auténtico. Es difícil tener que decir quién soy sin construir una imagen narcisista, que no muestre mis faltas. Si este fuera un ejercicio de escritura, no me importaría correr el riesgo de rozar la estupidez si eso significase haberme acercado a algo auténtico de mí que desconocía. Por eso, querer hacer una presentación sobre mí misma es paradójico y contradictorio,ya que para presentarme tengo que volverme accesible, esto es: comunicable. Y volver a la comunicación y a la expresión es darle el gusto al lenguaje de que deforme mi lado más propio, singular e intransferible, el cual, creo, no radica tanto en lo que hacemos, sino más bien en lo que la vida hace con nosotros, en nuestras nuestras respuestas, conscientes e inconscientes, a lo que el mundo nos impone. Lo más íntimo de nosotros es un misterio, y es por eso que desconfío del poder persuasivo y retórico de la “Presentación”. Creo honestamente que dice mucho más de mí la manera en la que bajo las escaleras (apresurada, intempestiva, con miedo, aferrada a la baranda, aunque descuidada como si buscara dar un paso en falso) que un certificado académico.
¿Quién soy?
Mi nombre es Pilar López y nací el 18 de noviembre de 1995 en Rosario (Santa Fe, Argentina). Soy Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Rosario y formo parte del Centro de Estudios Críticos y Literarios de la Facultad de Humanidades y Artes. A lo largo de mi carrera universitaria participé en diversas charlas, congresos, seminarios, coloquios y tuve la suerte de obtener becas gracias a las cuales pude profundizar en la investigación de aquello que me apasiona: el lenguaje y la literatura.
En el año 2018 obtuve la beca Friends of Fulbright. Esta beca fue un antes y un después dentro de mi mundo académico debido al reconocimiento de la misma. Gracias a ella, pude ir a estudiar durante unos meses a Mount Holyoke College, Massachusetts, la primera universidad de mujeres de Estados Unidos, la universidad en donde estudió Emily Dickinson. Allí realicé 3 cursos. Decidí enfocarme en los estudios del siglo XX, porque, en ese entonces, mi interés estaba puesto en el nacimiento de las vanguardias. Tomé clases sobre Historia del arte, cine y sobre la literatura de comienzos del siglo XX. También realicé un curso para estudiantes de posgrado sobre Emprendedurismo en la educación.
En el año 2019 obtuve la beca AUGM (Asociación de Universidades Grupo Montevideo) para Jóvenes investigadores. Esta beca me brindó la posibilidad de viajar a Brasil junto con otros 11 estudiantes, profesores e investigadores de la UNR para presentar nuestros trabajos de Investigación en la Universidad Federal de São Carlos. El viaje fue corto -apenas 4 dias-, pero fue uno de los más significativos que hice. Me paré frente a conocidos y desconocidos y en la tierra de Clarice Lispector, hablé de Clarice Lispector.
En el año 2021 obtuve la beca EVC-CIN, la cual me permitió investigar a lo largo de un año sobre las escrituras autobiográficas, más específicamente, en torno a la relación entre Vida y Obra en los escritos de y sobre Alejandra Pizarnik. Esa beca culminó con un trabajo que presenté en septiembre del año 2022 el Colloque international “imaginaires, intertextes, langue française: ALEJANDRA PIZARNIK ET PARIS”, organizados por la École Normale Supérieure de Paris, en ocasión de los cincuenta años de la muerte de la escritora.
En el año 2017 sucedió uno de los hechos más significativos de mi trayecto por la facultad: ingresé a la ayudantía de cátedra de la materia Análisis y Crítica II, a cargo de Alberto Giordano, el profesor más talentoso, generoso, ingenioso, auténtico y curioso que, personalmente, considero que tiene la carrera de Letras. A los pocos meses, el entusiasmo por la obra de Roland Barthes nos llevó a conformar un grupo que – modestia aparte – habíamos denominado “el círculo Barthesiano”. Los días sábados nos juntábamos en el estudio de Giordano, abríamos nuestros cuadernos, tomábamos notas y compartíamos aquello que habíamos entendido (y principalmente lo que no habíamos entendido), en torno a los textos de Barthes. Con el tiempo, el grupo se disgregó pero mi curiosidad estaba más despierta que nunca, motivo por el cual participé dos veces en las ”Jornadas Internacionales Roland Barthes” organizadas en la Facultad de Humanidades y Artes. En mi primera participación, me pregunté por el vínculo entre lo Neutro en la obra de Barthes y lo neutro en la obra de Clarice Lispector. Más tarde, en las jornadas del año 2023, participé con una ponencia en torno al vínculo entre música y escritura a partir de la obra de Roland Barthes. Estas jornadas, congresos y charlas para mí nunca significaron más que la oportunidad de permitirme hablar y escuchar sobre temas que, verdaderamente, me apasionan en medidas inexplicables, porque los estudios de escritores y críticos como Roland Barthes, Gilles Deleuze, Maurice Blanchot, Georges Bataille y Derridá marcaron un antes y un después no solamente en mi carrera, sino también en mi vida, debido al fuerte alcance ético de su obra.
Viajar, escribir, amar
Mi interés por la escritura y por la literatura, creo que comparte mucho por mi gran pasión por los viajes. A los 17 años realicé un viaje para estudiar inglés en un campus en Nueva York, Estados Unidos, que despertó mi interés por una vida que hasta el momento no sabía que era posible. Un año después, realicé un curso de inglés en Oxford y, en ese mismo viaje, conocí París. Pero la Pilar que fue a París a los 17 no es la misma que volvió a ir unos años después, cuando su vida ya se había transformado en arte y sentía que en cada paso que daba en la ciudad de las luces, se abría algo desconocido dentro de ella. Más tarde, realicé un programa de Work and Travel en Colorado y luego, un viaje a Ilha Grande que implicó un intento – frustrado- de hacer temporada durante el verano. En el año 2022, me fui tres meses a Cabo Frio, Brasil. Alquilé un departamento y, durante unos meses, tuve una vida soñada: daba los talleres de escritura online y, apenas terminaba, me iba con mis libros y mis cuadernos a la playa. Sinceramente, no hay viaje en el que no sienta (al menos por unos instantes) que el mundo y la vida son exactamente lo que mi corazón pide. Hay un fuego interno que pocas veces consigo avivar, pero que rara vez se apaga cuando estoy viajando (o escribiendo o leyendo algo que me gusta). Y son gracias a las cenizas posteriores que no dejan de arder, que, una vez en mi casa, obtengo la energía necesaria para querer ir por más. Hace algunos años, en las paredes de un subte de París, leí la siguiente frase de Camus: “Cuando se ha tenido una vez la suerte de amar hondamente uno se pasa la vida buscando de nuevo ese ardor y esa luz del amor”. Amar, viajar, ¿hay diferencia? Nos descubrimos a nosotros mismos en el acto de descubrir una persona nueva, un destino nuevo. Amando, viajando, nos reafirmamos cuestionándonos y nos hacemos más fuertes a partir de nuestras debilidades, inseguridades, fracasos y miedos. Una fuerza misteriosa nos empuja a querer seguir buscando ese sentimiento que, pienso ahora, no le pertenecen únicamente al amor y a los viajes, si no también a la escritura. Viajar, amar y escribir comparten, quizás, un extraño y ambiguo poder: damos una parte de nosotros mismos y aún así nos sentimos más completos.
El taller de escritura
Desde el año 2019 dirijo el taller “Pretextos” (@pilar.lopez_escritura), en donde imparto cursos de escritura (centrados en la prosa, la poesía, el ensayo y la crónica) desde una perspectiva literaria y crítica literaria. De alguna manera, este taller busca ser el punto de inflexión de mis intereses, pasando por la pintura, la filosofía, la música y la literatura para llegar a la escritura. Esta búsqueda tiene que ver con el hecho de creer que lo que verdaderamente me interesa contar se encuentra mucho antes de cualquier concepto, mucho antes incluso que cualquier palabra. Esa idea – el lenguaje no consigue transmitir la autenticidad de lo real – es el punto de partida de todos los cursos y talleres que doy. Pero reconocer que el lenguaje es problemático, habilita el inicio del juego formal, la búsqueda de nuevos estilos y modos de decir que tiendan a preservar lo no dicho, todo aquello que excede las palabras.
En los talleres y cursos que dicto apuntamos a una escritura que muestre la experiencia en la entrelínea, ahí donde la literatura encuentra sus límites. Para acceder a estas experiencias íntimas, auténticas, singulares y reales, buscamos esquivar los estereotipos y lugares comunes de la literatura a partir de diferentes trampas que le hacemos a la lengua (con la lengua). Buscamos aquellas palabras que afectan, que gritan, que son la presencia del cuerpo escribiendo porque traen a la escritura la verdadera sensación de vida.
Pero la escritura no es simplemente un ejercicio formal, crítico y racional. Tampoco creo que sea el producto de la inspiración sin mediación de la forma, sino el movimiento por el cual, a través de un ejercicio crítico y reflexivo sobre el lenguaje, la palabra se convierte en la presencia misma de la experiencia que lo evocó, no en su representación, sino en su presentación. Es decir, el pasaje a través del cual, la palabra se carga de una aparente espontaneidad primera que trae todo el calor de la emoción. Porque no se trata de escribir, por ejemplo, sobre el amor, se trata de que el poema o texto que estemos escribiendo sea él mismo la manifestación del amor, de que el lenguaje tiemble de deseo para que así la piel del lector se erice al leernos. Sólo cuando la escritura consigue hacer de la experiencia que se narra, una experiencia compartida, hemos tocado lo real.
Y el modo en que la escritura puede hacer aparecer o no lo real es una de mis grandes obsesiones, lo que es lo mismo que decir: me obsesiona la manifestación auténtica de la vida. Y una escritura comprometida con la capa más profunda de la realidad, solamente es posible si, aquél que la practica duda de todo menos del poder de la duda para abrir sentidos donde el resto los cerraría, suspender todas las certezas, y alcanzar una palabra que, como la vida misma, sea ambigua y contradictoria.
LA VIDA ES MUCHO MÁS QUE LO QUE EL LENGUAJE DICE SOBRE ELLA
De modo que la vida es mucho más que lo que el lenguaje dice sobre ella y sólo al quebrar la palabra, sentimos su vibración, porque lo cerrado en sí mismo no produce resonancias, de modo que para sentir sus ondas hay que abrirse a la incomprensión. Escribir entonces es someterse a una búsqueda guiada por la incertidumbre y, en ese sentido, es una situación de riesgo, porque al interrogar aquello que nos constituye desde siempre (el lenguaje) inevitablemente nos interrogamos a nosotros mismos. Al escribir descubrimos que detrás de todas las máscaras que hemos creado, no somos más que un infinito signo de pregunta.
Y aunque no existe nada más difícil que entregarse a la incertidumbre y al misterio, no hay nada más satisfactorio que ultrapasarlo con nuestro nombre.